D. Carlos San Juan.
En lo sucedido recientemente, son tantas cosas sobre las que me gustaría hablaros esta vez que, me siento abrumado y algo confundido a la hora de escoger una de ellas, máxime tras tener la sensación de haber fracasado en el inocente intento de clasificarlas por su rango de importancia e impacto social, consecuencias económicas o por su peso o influencia política.
El catálogo de noticias es muy dispar y a cada cual más interesante, de ahí la dificultad.
Se habló mucho de la derogación de la ley laboral, hoy reforma que, ni, aun así, ha conseguido el consenso de los principales Agentes Sociales por parte de la patronal de los empresarios españoles.
¿Quién no está de acuerdo con que el salario mínimo de todos nuestros compatriotas sea de mil euros?; ¿Quién discute eso?; partiendo de este elemental razonamiento, lo que no parece razonable es que no se considere, o no se comprenda la negativa de la CEOE cuando defiende que es el peor momento para hacerlo. También es justo recordar que, nuestras empresas se enfrentan a los costes de estructura y producción más caros de su historia, con un desproporcionado, injustificado y descontrolado coste de la luz, un incremento o encarecimiento de las materias primas, como, por ejemplo, el gasóleo del que el 60% son impuestos, con un gravísimo problema de formación profesional y falta de mano de obra especializada, insuficiencia y crisis en el suministro internacional de materiales tecnológicos fundamentales, etc. Y todo ello, también lo sufren las pequeñas y medianas empresas o aún peor, los autónomos con uno o dos empleados que son los que realmente mantienen el sistema productivo de nuestro país.
Preocupa también, el incremento de la delincuencia juvenil y las famosas y estúpidas bandas pandilleras. El trágico balance y consecuencias de la aplicación y cumplimiento de sus estériles y desfasados códigos de conducta, pertenencia y fidelidad que destrozan familias enteras y cercenan vidas llenas de posibilidades y de riqueza sin que ninguno de estos embriagados y hormonados jovencitos comprendan siquiera lo bonita que hubiera podido llegar a ser la vida de ese que ahora yace gratuitamente en la fría acera.
Si continuamos hablando de la violencia sin sentido y de las excusas que el ser humano busca para justificarla, también podemos fijar nuestra atención en la que practican los no tan jóvenes. Mayores con grandes y cruciales responsabilidades políticas internacionales que pueden poner en peligro la estabilidad y paz mundial. Rusia, estancada en unos argumentos y amenazas de otra era, que bien parecen extraídos de una novela de Tom Rob Smith (El niño 44) o del ensayo de Francisco Veiga (La paz simulada: una historia de la Guerra Fría) o de los trabajos de la historiadora Anne Applebaum (El Telón de acero), tiene a todo el mundo y sobre todo a Europa, al borde de la Guerra; si, de la Guerra.
Si queremos ir por orden, sin abandonar la senda de demencia, delirio o manipulación de la historia por parte de los líderes internacionales, no podemos dejar de dedicarle, también, unas cariñosas palabras a López Obrador, el Presidente de México que, para despistar o intentar tapar sus vergüenzas nacionales y sus fracasos políticos, gobernando uno de los países más inseguros y corruptos del mundo, donde los derechos, incluidos el de la vida de la mujer son vulnerados y pisoteados diariamente, donde el narcotráfico controla al poder ejecutivo y donde quien defiende y practica la libertad de expresión es sinónimo de periodista asesinado, éste señor, quiere “pausar” las relaciones con España, acusando a nuestras empresas (segunda inversión extranjera) y Gobierno, de colonialista, explotador, ladrones y no sé cuántas idioteces más; a ver si efectivamente, cuando él no esté su Gran país, que lo es, recupera el tratado de Libre Comercio, la razón de estado y de paso, el derecho a vivir en paz y libertad, de eso se debería ocupar usted, señor López Obrador.
Pero yo me quedo con la noticia más patética, antisocial e insolidaria de todas. Ha tenido que ser un valenciano de 78 años, doctor de profesión, D. Carlos San Juan, quien a través de la campaña “Soy mayor, no idiota” haya removido la conciencia de nuestras entidades financieras para que la banca dé un trato «más humano» a las personas mayores afectadas por la exclusión digital y por las crueles consecuencias de los efectos de la pandemia y sus, aún mayores, limitaciones de convivencia y libertad de movimiento. Seiscientas mil firmas, que deberían avergonzar seiscientas mil veces a la banca, que ha perdido la confianza de la sociedad demostrando una insensibilidad antinatural con esa generación que nos debería despertar el mayor de los respetos, sin que el Gobierno tuviera que legislar a este respecto; qué pena.