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“el último samurái del cooperativismo de vivienda”.

En muchas ocasiones, y dada la influencia que tienen sobre mí, recurro a maravillosas películas y a grandes historias del cine, para trasladar sus guiones, sus mensajes e incluso sus impactantes bandas sonoras a mi propia vida.

Soy de la opinión, que el cine es como la música, no solo sirve para entretener; los grandes films también ayudan a difundir valores y códigos de comportamiento que, sin darnos cuenta, encontramos en ellos, alivio e inspiración, pero, sobre todo, al menos a mí, me provocan una gran motivación.

Un hombre que vaga sin esperanza y sin ilusión, que ha perdido la fe en la bondad; convencido de que el pragmatismo, convertido en egoísmo, ha sustituido al valor; que vive entre seres instintivos, muriendo así el sacrificio y la pasión y donde ya nadie recurre al sentido del honor; encuentra, en su teórico adversario y enemigo a un hombre, un alma que le dice y demuestra estar equivocado, equivocado en todo. Si a este increíble y emotivo relato, le acompaña una melodía, casi divina, compuesta por el gran Hans Zimmer, obtenemos una película que, aunque clasificada en la categoría de la acción e incluso, bélica, yo creo que se trata de una increíble historia de amor, respeto, amistad y, sobre todo, de honor. Esta maravilla de cinta se titula “el último samurái”.

En la mañana del pasado domingo, 7 de abril de 2024, falleció mi gran amigo y mentor D. Vicent Diego Ramón, para mí “el último samurái” del cooperativismo de vivienda en España.

Vicepresidente segundo de CONCOVI, su única actividad profesional fue siempre luchar y defender el derecho del acceso a la vivienda asequible y digna a miles de valencianos. Durante décadas, asumió la enorme responsabilidad de la presidencia de FECOVI, la Federación Territorial de la Comunidad Valenciana y falleció con 85 años, tras disfrutar de una vida “plena y llena de cosas buenas” tal y como él la definió en su impactante despedida el 14 de marzo, mientras celebrábamos el último Consejo Rector de la Confederación al que nos hizo el honor y tuvo la valentía y enorme generosidad de acompañarnos; D. Vicent, totalmente consciente de haber llegado al final del recorrido, se dirigió a todos los Consejeros para despedirse de sus amigos con la serenidad que da haber caminado por la vida haciendo el bien, o al menos habiéndolo intentado.

Quiso darnos su último consejo y aliento, como si intentara ser él quien nos animara ante nuestro estupor y disgusto, haciéndonos ver lo feliz que había sido, y lo mucho que la vida le había dado, animándonos a seguir en la pelea de lo justo y necesario.

Tres veces, con voz templada, me dio las gracias, todavía no sé por qué, pero me quiero imaginar que, como aquel hombre que vagaba sin creer en nada, yo vi y encontré en sus enseñanzas y consejos, la esperanza, la ilusión, la fe, la bondad, el valor, el sacrificio, la pasión y el honor, todos ellos, los motores por los que siempre luchó, y quizás, solo quizás, quiso agradecerme las horas de charla pausada, los largos paseos por Valencia, los buenos ratos que pasamos juntos en su barraca de la Albufera, las increíbles paellas que compartimos en aquellos entrañables rincones reservados para patriarcas como él, todos pequeños pero entrañables momentos que dediqué a escucharle; pero siendo así, ¿no debería ser yo, quién le estuviera agradecido de por vida?; pues así es, lo estaré eternamente por regalarme todas esas escenas de película y por disfrutar de su legado y ejemplo.

Se va el último gran hombre del cooperativismo de vivienda, que conoció y siempre me habló con mucho cariño y respeto de mi padre, otro loco convencido de la economía social; se fue ese gran hombre que perteneció a esa mítica generación de luchadores que nunca volverán, que nunca perdieron la esperanza en lo que hacían, en por qué lo hacían y, sobre todo, para quién lo hacían.

Se nos fue D. Vicent Diego Ramón, el hombre de los tres nombres propios, “el último samurái” del Cooperativismo de Vivienda.

Nunca te olvidaremos, querido Maestro.